Un día descubres que se te ha roto un trocito, y es inevitable: metes el dedito, y poco a poco va cediendo, y te rompes más. Rascas, y piensas ‘no debo’ pero inconscientemente sigues rascando. Así, cuando te das cuenta, te faltan trozos más grandes e importantes, y en cuanto te rozas te desmigajas… Vas dejando restos tras de ti, tapas con trapillos los desperfectos, te avergüenzas, te escondes… hasta que dices ‘voy a ponerle remedio, me voy a remendar’. Aguja, hilo, y a remiendos quedas medio maravillosa. Quizás hayas adquirido o aprehendido algún que otro fragmento ajeno, pero ¡qué más da! Te ves diferente, te ves bien. Y a quien no le guste, que mire a otro lado.